El
reino de Jesús es de los niños
En aquél
entonces “Empezaron a llevarle niños a Jesús para que
los tocara, pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban. Cuando Jesús
se dio cuenta, se indignó y les dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se
lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Les aseguro
que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará
en él. Y después de abrazarlos los bendecía poniendo las manos sobre ellos.” Marcos
10.13-16
Al leer los Evangelios uno puede distinguir los diferentes tonos del Señor
en cada enseñanza y en cada exhortación. Muchas veces su voz fue muy suave y
muy dulce, quizás cuando dijo que daría descanso a los cansados.
Pero, en otras ocasiones, el tono del Señor fue fuerte,
firme y muy serio. El relato de Marcos nos dice que Jesús se “indignó”. Otras
versiones dicen que se “enojó”. Al Señor le molestó la actitud de los
discípulos de querer apartar a los niños de él. Lo indignó que no comprendieran
que ellos también eran importantes, que eran tan valiosos como cualquier
adulto.
Jesús les dijo y nos dice: “Dejen que los niños vengan
a mí y no se lo impidan.” Y, la pregunta es: ¿Cuándo dejamos que los niños
vayan a Jesús? ¿Cuándo los adultos ayudamos para que se acerquen al Señor?
Tres maneras en las que podemos
ayudar a que “nuestros” niños se acerquen a Jesús.
Entonces dejamos que nuestros niños se
acerquen a Jesús cuando “los
llevamos a la iglesia.” Cuando cada domingo vamos en familia y los acompañamos
a sus clases.
Los niños son niños y no pueden ir solos… si no los llevamos, no van.
Los niños son niños y no pueden ir solos… si no los llevamos, no van.
Podemos decir: son muy chiquitos, a veces hace frío, a veces hace mucho calor,
a veces nos acostamos tarde, a veces… Son excusas.
Dejamos que nuestros niños vayan a Jesús cuando los llevamos para que aprendan la Palabra de Dios en forma sistemática, ordenada, en el compartir con sus compañeros y en la voz de sus maestros.
Dejamos que nuestros niños vayan a Jesús cuando los llevamos para que aprendan la Palabra de Dios en forma sistemática, ordenada, en el compartir con sus compañeros y en la voz de sus maestros.
Dejamos que nuestros niños se
acerquen a Jesús cuando: “respondemos a sus
preguntas”, sobre temas espirituales. Los niños siempre tienen inquietudes. Por
eso es importante que dediquemos tiempo para conversar con ellos sobre temas
relacionados con Dios. No tenemos que saberlo todo, podemos confesarles que hay
temas que desconocemos, pero que lo vamos a averiguar.
Es muy bueno mostrarles que seguimos
aprendiendo. También compartirles que Dios es tan grande, que nuestra pequeña
mente no puede conocerlo ni entenderlo completamente.
Al conversar tenemos que utilizar palabras sencillas, términos simples, que puedan traer claridad a su mente y no confusión.
Al conversar tenemos que utilizar palabras sencillas, términos simples, que puedan traer claridad a su mente y no confusión.
Entonces, cuando nos detenemos para
escucharlos, cuando hacemos una pausa para atender a sus inquietudes, cuando
oramos con ellos, cuando les contamos historias bíblicas, cuando conversamos
acerca de Dios, estamos ayudando a nuestros niños a que se acerquen a Jesús.
Dejamos que nuestros niños
se acerquen a Jesús cuando “somos
coherentes” entre lo que decimos y lo que vivimos, entre los que creemos y la
manera en la que actuamos. Dejamos que los niños, que nuestros niños se
acerquen a Jesús cuando nuestras vidas de adultos “cristianos” son coherentes,
cuando concuerdan con la fe que decimos tener.
Cuando el Señor está presente en
nuestra familia todos los días… todo el día. Cuando en casa nos amamos, nos
ayudamos, nos tenemos paciencia, nos perdonamos y nos pedimos perdón.
Dejamos que nuestros niños se acerquen, cuando nuestra vida refleja a Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, siempre necesitamos oír decir del Señor Jesús lo que
a menudo les repetía a sus amigos: “No tengan miedo”. Como Simón Pedro y los
demás, debemos dejar que su presencia y su gracia transformen nuestro corazón,
siempre sujeto a la debilidad humana.
Debemos saber
reconocer que perder algo, incluso a uno mismo por el verdadero Dios, el Dios
del amor y de la vida, es en realidad ganar, reencontrarse más plenamente.
Quien se confía a Jesús experimenta ya en esta vida la paz y la alegría del corazón,
que el mundo no puede dar, y no se pueden quitar una vez que Dios las ha dado.
Vale por tanto la
pena dejarse tocar por el fuego del Espíritu Santo. El dolor que nos causa es
necesario para nuestra transformación. Es la realidad de la cruz, por eso en el
lenguaje de Jesús, el fuego es sobre todo una representación del misterio de la
cruz, sin el cual no existe el cristianismo.
Por eso,
iluminados y confortados por estas palabras de vida, elevemos nuestra
invocación: VEN, ESPÍRITU SANTO, ENCIENDE EN NOSOTROS EL FUEGO DE TU AMOR.
Sabemos que ésta es una oración audaz, con la que pedimos ser tocados por la
llama de Jesús; pero sabemos sobre todo que esta llama –y solo ésa- tiene el
poder de salvarnos.
No queramos, por
defender nuestra vida, perder la eterna que Jesús nos quiere dar. Necesitamos
el fuego del Espíritu Santo, porque solo el amor redime. Dios les bendiga.
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